Sobre Dark Souls 3:
Bill aparcó su Chevy Nova del 70, impecablemente lavado, con extremo cuidado en la acera delante de su casa del tranquilo pueblo de Punxsutawney. A 5 cm. por supuesto, no fuera que se rayasen las llantas cromadas. Cogió del asiento trasero las bolsas de papel marrón que contenían la compra, se giró y con suavidad empujó la puerta con el talón para que se cerrase. Pasó por delante del buzón y recogió la correspondencia.
Entró en casa y se dirigió a la cocina, donde depositó con cuidado las bolsas y las cartas sobre la encimera. Fue sacando poco a poco la compra, haciendo pequeños montones en función de donde irían colocados: Lo de guardar en la nevera, las conservas, lo de la despensa y las cervezas. Sí, eran una categoría aparte.
Bill cogió una cerveza, le quitó la chapa y salió al porche trasero. Levantó la cerveza, miró al horizonte y murmuró: “Carpe Diem”. Dio un trago mientras avanzaba hacia la hamaca, pero no vio una de las tablas del suelo que estaba ligeramente levantada, lo que provocó que tropezara con ella, se trastabillara, cayera con su estómago sobre la barandilla, y con el impulso se diese la vuelta sobre ella. Esto le llevó a caer de culo sobre las rosas. Y sus espinas. Bill se levantó maldiciendo. Comprobó su estado y vio que tenía el tobillo derecho hinchado, unos ligeros cortes en el brazo y el pantalón por la zona del muslo derecho desgarrado, apreciándose debajo las laceraciones que las espinas le habían causado.
Cojeando visiblemente, se dirigió de vuelta a la cocina para buscar antiséptico y unas vendas. Se sorprendió cuando vio que la botella de cerveza, milagrosamente, estaba de pie y apenas se había derramado nada de su contenido. La cogió, se giró nuevamente buscando con la mirada, ligeramente humedecida por la molestia del tobillo, el bonito ocaso en el horizonte, la levantó y brindó nuevamente: “Non Dolorum afectarum destinae”. Se dio la vuelta, dejó la cerveza sobre la mesa, vio las cartas y las cogió.
Subió las escaleras con destino al armario-botiquín del baño de la planta de arriba, mientras iba hojeando la primera de las cartas. De repente, al subir el penúltimo escalón, un latigazo de dolor recorrió su tobillo dañado. Su pierna perdió apoyo y cayó rodando por las escaleras. La nuca de Bill impactó con un ruido sordo contra el último escalón.
Allí, en el frío suelo de baldosas marrones de Porcelanosa, Bill murió. Las cartas flotaron como lágrimas desde lo alto de la escalera, bailando, revoloteando graciosamente. Una de ellas, giró agilemente hasta posarse con suavidad sobre su pecho. Con letras rojas, decía:
“LEE NUESTRA PROMOCIÓN ANTES DEL SÁBADO o…..
ESTAS MUERTO!!!”
Murray acarició el mando de su PS4 recién estrenado, lo cogió con delicadeza y le dio al Start. Se fijó en que tenía una pelusilla pegada cerca del stick derecho, sopló suavemente y sonrió mientras ésta caía al suelo.
Movió su personaje con cuidado por el nuevo mapeado, totalmente desconocido, que tenía delante suyo. Al fondo vio lo que parecía una zona plagada de enemigos. Abrió su inventario y se fue desplazando por las distintas pestañas donde tenía todo ordenado por tamaño y colores: Armas punzantes, armas de impacto, escudos, armaduras de placas, armaduras de mallas y, por supuesto, los frascos de Estus. Sí, eran una categoría aparte.
Murray se bebió un frasco para recuperar su maltrecha vida y se encaminó a la ensenada. Levantó la vista, miró al monitor y murmuró: ”No me vais a pillar”. Levantó el escudo mientras avanzaba en dirección a la seguridad que le daba la pared de piedra, pero no vio el agujero que estaba a la sombra del muro, lo que provocó que cayera por el hueco, y dieran sus huesos sobre una espada afilada, que le aniquiló mas del 60% de su vida. No tenía más frascos de Estus. Giró asustado temiéndose una emboscada, pero esta no llegó. Buscó desesperado una hoguera, pero no había ninguna.
Al fondo de la habitación donde había caído, vio una lóbrega escalera de piedra. Parecía la única salida. Se dirigió hacia allí, escudo en alto. Al llegar al centro de la sala, oyó ruidos detrás de él. Se giró justo a tiempo para ver a un mob que se dirigía hacia él con una sierra dentada a dos manos, Giró en el último momento, rodó, se situó detrás de él y le descargó tres hachazos. Rodó hacia atrás para esquivar el embate de la sierra, buscó un hueco y dos nuevos hachazos acabaron con la amenaza. Buscó el gesto de la victoria, y mientras su personaje ejecutaba la pose en pantalla, Murray murmuró: “Soy el puto jefe”. Se giró y se dirigió hacia la escalera de piedra.
Subió con sumo cuidado, pero al pisar el penúltimo escalón escucho un click y apenas unas milésimas de segundo después una piedra caía sobre su personaje, aniquilándolo instantáneamente.
Allí, en el frío suelo marrón de piedra, Murray murió. En la pantalla salió un mensaje con letras rojas:
“HAS MUERTO”
Bill miró extrañado a su alrededor. ¿No había estado aquí antes? Aparcó su Chevy Nova del 70, lavado el día anterior, en la acera delante de su casa. Cogió las bolsas de papel marrón con la compra del asiento trasero, se giró y con suavidad empujó la puerta con el talón para que se cerrase. Pasó por delante del buzón y recogió la correspondencia. Se giró, miro al Chevy. ¿Era esto un déjà vu? Por cierto, tenía que acordarse de lavar mejor el coche la próxima vez.
Entró en casa y se dirigió a la cocina, donde depositó las bolsas sobre la encimera y las 6 cartas que había recogido. Fue sacando poco a poco la compra y haciendo pequeños montones en función de donde irían colocados: Lo de comer y las cervezas. Sí, eran una categoría aparte.
Bill cogió una cerveza, desenrosco el tapón y salió al porche trasero. Levantó la cerveza, miró al horizonte y murmuró: “Carpe Diem”. Dio un trago mientras avanzaba hacia la hamaca, y se paró en seco. Algo en su cabeza hizo saltar la alarma. Miró hacía abajo y vio que una de las tablas del suelo estaba suelta por uno de los extremos. Todavía con un pie en el aire, se detuvo. Sonrío mientras apoyaba el pie al lado de la tabla defectuosa y se sujetaba con la mano libre en la barandilla. Pero ésta cedió. Esto le llevó a caer de cabeza sobre las rosas. Y sus espinas. Bill se levantó maldiciendo. Comprobó su estado. Se llevó la mano a la cabeza y vio que la tenía empapada de sangre. Con el corazón bombeando desbocado, en estado de shock, se levantó y se quedó mirando al horizonte. Murmuró: “Destinum joputam”. Se dio la vuelta, subió los 3 escalones del porche y se dirigió corriendo hacia la cocina. Pero se olvidó de la puta tabla. Tropezó contra ella, se trastabilló y estampó su maltrecha cabeza contra el marco de la puerta.
Allí, en el frío suelo de madera del porche, Bill murió. En la mesa de la cocina, en la carta de encima del montón destacaban unas letras carmesíes:
“LEE NUESTRA PROMOCIÓN ANTES DEL SÁBADO o…..
ESTAS MUERTO!!!”
Murray apretó fuerte el mando de su PS4, le metió dos ostias suaves y avanzó. Se fijó en que tenía otra vez algo de mierda pegado en el stick derecho. Lo frotó con la manga hasta que desapareció.
Movió su personaje con cuidado por la zona que tenía delante suya, por sexta vez. Al fondo vio la ya conocidísima zona plagada de enemigos. Abrió su inventario y se fue desplazando por las distintas pestañas donde tenía toda la mierda almacenada: Las armas, las armaduras y, por supuesto, los frascos de Estus. Sí, esos pequeños y escasísimos cabrones.
Murray se bebió un frasco para recuperar su maltrecha vida y se encaminó a la puta emboscada. Levantó la vista, miró a la pantalla y murmuró: ”Por mis cojones”. Fijó el escudo en posición defensiva mientras evitaba acercarse a la puta trampa de la pared de piedra, probando un camino nuevo, el que le llevaba por la vereda de un soleado bosque. Pero mientras fijaba su vista en el fondo de la pantalla para evitar sorpresas desagradables, no pudo ver el grupo de 3 mobs que le esperaban ocultos tras el tronco de un árbol, buscando su desprotegida espalda.
La primera ostia, por inesperada, fue tremenda. El mando vibró descontrolado en sus manos.
La segunda ostia, por esperada, no lo fue menos. El mando saltaba como una liebre perseguida por un canguro en terrenos escabrosos de la cordillera cantábrica.
La tercera ostia, se la llevó el mando cuando Murray lo reventó contra el puto suelo de madera de abedul, montado sobre tarima flotante de corcho sintético.
Allí, profanado por la espalda, el personaje de Murray murió. Las letras rojas aparecieron:
“HAS MUERTO”
Bill lo tenía claro. Estaba en el día de la marmota. Tiró del freno de mano de su Chevy, éste derrapó con un agudo chirrido de neumáticos, e impactó bruscamente con las dos llantas contra el bordillo de piedra. Desgarró las bolsas de papel marrón con la compra del asiento trasero, lo tiró todo por el asiento, menos una botella de Pacharán que cogió con la mano derecha y una maza de 5 kg que asió fuertemente con la izquierda. Metió un portazo brutal al coche, que provocó que tres estorninos, aves típicas de Punxsutawney, levantasen el vuelo. Pasó por delante del buzón y le metió una ostia tremenda con el mazo, que lo desvencijó sobre el poste, mientras las cartas se desparramaban sobre el descuidado césped.
Entró en casa como un miura y fue de frente a la cocina. Abrió el Pacharán, le dio un generoso trago y salió al porche.
Asió la maza con ambas manos y, sin mediar miradita al horizonte ni pensamiento en latín falso, le zumbó un tremendo mazazo a la tabla suelta del suelo. La maza atravesó como cuchillo en mantequilla el suelo. Levantó la maza, ojos inyectados en sangre, se giró hacia la barandilla y le zampó un tremendo ostión. Volvió a levantar y a dejar caer la maza una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, otra y una vez (te has dado cuenta eh?), una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez (estoy justificando el título del artículo), una y otra vez, una y otra vez, hasta dejar la barandilla reducida a astillas. Murmuró: “Rientum ultimátum, Rientum mejorum”. Comenzó a escojonarse él sólo. Y eso que no sabía latín.
Con el rostro totalmente desencajado por la locura, Bill dejó la maza tirada entre los restos de madera blanca, entró en la cocina y cogió la botella de Pacharán y un mechero. Saltando y riendo, salió fuera. Se estaba levantando viento, pero Bill estaba tan jodido que le dio lo mismo.
Apiló la madera, vació media botella de Pacharán y le prendió fuego.
Bill se sentó junto a la hoguera, sintiendo que su misión había terminado.
Delante de la casa, una carta era mecida por el viento. El frontal de la carta estaba en blanco.
Murray no podía parar de reír.
Murray ya estaba hasta los cojones de morir.
Miró a su mando de la PS4, envuelto en cinta americana y todavía operativo.
Lamentablemente, no podía decirse lo mismo de la consola, que había caído en batalla después de las 3 patadas que le metió tras wipear por 24ª vez en el mismo grupo de mobs.
Pero estaba claro que la peor parte se la había llevado el televisor. Después de tirarlo de la mesa y saltar tres veces encima suya, ya ni encendía.
Pero Murray no podía parar de reír.
Allí, en la ventana de su casa de Punxsutawney, echando un cigarrito, miraba como su vecino se bebía una botella de Pacharán apoyado en una maza sentado al lado de la hoguera que hizo después de destrozar el porche de su casa.
Y Murray no podía parar de reír.