El tic-tac del reloj de pared llenaba los silencios de la sala de espera. El señor Muñoz esperaba ansiosamente en el sofá de color mostaza, gastado por el paso de los culos a lo largo de los años. Se apretaba ansiosamente las manos, sin quitar la vista del segundero, ni el oído del tic-tac. Delante de él, en la baja ...
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