'Cause we were raised to see life as a fun and take it if we can Ode – Análisis

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Llevamos ya lo que parece una eternidad escuchando por parte de productores y PRs de medio mundo que los juegos ya no deben venderse como juegos, sino como experiencias. Reconozco que, aún a día de hoy, me cuesta reconocerlos como experiencias, ya que en mi cabeza me sigue sonando a inexactitud y verborrea mercadotécnica. Pero no puedo negar que Ode es, entre tantos otros, un juego que aspira a no serlo. Simplemente quiere acompañarte durante un rato para olvidarte de las mierdas que se te pasan por la cabeza, so adulto.

Reflections, el estudio interno de Ubisoft responsable del juego que hoy os desgrano, ya viene con las cosas bien claras. Al fin y al cabo son los responsables de Grow Home, ese pequeño experimento en forma de exploración y cuquismo low-poly que pudimos disfrutar (mucho; es un señor juegazo) en 2015, y que ayuda mucho a entender el rumbo que ha tomado este Ode.En el mundo de Ode, todo es orgánico, y todo está vivo. Nosotros somos un bichillo (un bichillo CON CULO) sin nombre dentro de una burbuja, y cada cosa que tocamos produce un sonido. A veces será un timbal, un platillo, un sintetizador. A medida que avancemos entre sus cuatro niveles, nos encontraremos con unas bolas que podemos absorber y nos seguirán, pudiendo lanzarlas a placer, algo así como los huevos de Yoshi en los Yoshi’s Island. La forma de avanzar no tiene tampoco mucho misterio: iremos activando una serie de esporas que, una vez espabiladas, despertarán a otra más grande, que añadirá más ritmos y que sirve algo así como un checkpoint para seguir avanzando por el nivel.

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Y ya está. Quiero decir, el título, en su condición de plataformas de exploración musical, no tiene mucho más. Esconde alguna variación en sus mecánicas jugables, como unos charcos en los que nuestro bichillo se sumerge y adquiere habilidades como saltar mucho más alto. Pero ya, y bien está así, ya que Ode es un juego intencionadamente pequeño. No está diseñado, ni muchísimo menos, para “hardcorearlo”. Pensad en el Flower de thatgamecompany a la hora de enfrentaros a este juego, porque las motivaciones y tempo del juego van muy en esa línea.

Si, en cambio, optáis por jugarlo pausadísimamente, después de haber cenado, con una infusión sin teína al lado, le vais a encontrar un encanto íntimo y, valga la redundancia, encantador a Ode. Dios me libre de deciros como jugarlo, pero sí es cierto que he disfrutado mucho más curioseando en cada polen y en cada tentáculo raro, y viendo a qué suena cada cosa.

Siendo un juego súper experimental, se agradece la banda de precio en la que ha sido situado, tan solo 5 euros. Probablemente ni así logre captar la atención que merece, pues ni Ubisoft ha querido darle demasiado bombo. Sea como fuere, Ode es un título perfecto tanto para desconectar totalmente del mundo como para que se lo regales y acompañes a alguien que quizá tema un poco a entrar en esto de los videojuegos.

 

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