Persona 5, el producto de Atlus que está pasando al mainstream de los videojuegos europeos después de diez años de nicho JRPG, tiene un puntito de aspiracional. Lo raro es que no es el de aspirar a un objetivo concreto como “ser rico”, algo que podría desglosarse en algo así como “ganar mucho dinero”, sino en otros aspectos menos concreto como la aspiración a ser siempre joven porque un gran momento de la vida.
Por una parte no es de extrañar: tal vez no sea la mejor época pero, por lo general, son momentos los gratos descubrimientos diarios que uno debe afrontar; la vitalidad inherente de la edad y a cómo pasa el tiempo de lento en comparación a cómo lo percibes cuando entras en los treinta. La juventud, además, suele ser el target de casi cualquier producto comercial. De hecho, si no eres joven porque tu edad ya te debería indicar que andas en otro momento de la vida, los esfuerzos de la maquinaria comercial es que sigas “sintiéndote joven” porque ser joven es un estado mental. Claro, claro.
Pero si Persona 5 destaca, no es precisamente por la exaltación de la juventud y de la disposición de esta contra de los poderes establecidos, su capacidad revolucionaria que cada joven lleva dentro. Ya se sabe lo que se dice de que si eres joven y eres conservador algo malo le pasa a tu cabeza. Por lo general todo joven aspira a que las cosas cambien para que el mundo se ajuste a la idea que tiene sobre este. Si recurriésemos a un referente de autoridad para explicar esto como Hannah Arendt, una de las filósofas más relevantes del siglo xx, deberíamos decir que lo bueno que tiene la política (no la profesión, sino ser parte de una polis) es que es inesperada: cada nacimiento nos trae una nueva oportunidad para que las cosas sean de otra forma.
Persona 5 tampoco destaca solo porque trate el tema de la oposición entre lo nuevo y lo viejo, representado aquí por la lucha entre los adolescentes y los mayores. Si buscásemos otro referente para esto tendríamos que irnos mucho más atrás. Cicerón, el pensador romano que se alió contra César, tenía una famosos escrito sobre la disputa entre jóvenes y mayores y los argumentos que esgrimían ambas facciones son los mismos que los de ahora. Cuesta creerlo pero es así: la juventud viene a reemplazar lo que ya es mayor y lo mayor se niega a aceptar el cambio porque tiene experiencia suficiente para seguir haciendo que la máquina gire sin ideas nuevas.
Pese a no destacar por esos dos temas, sí que le saca un partido razonablemente adecuado que sumado a su increíble uso de una producción de arte fuera de serie lo convierte casi de forma automática en uno de los mejores trabajos del aún joven 2017 y, dicen algunos, el mejor JRPG de la historia. No llegaré tan lejos porque el JRPG nunca ha sido un género que me haya interesado, lo que no me autoriza a dar un puñetazo en la mesa y decir que, en efecto, Persona 5 es el mejor JRPG o que supera a otras franquicias consolidadas como Final Fantasy por tal o cual motivo. Si Persona 5 resulta más relevante en esta primera capa de lo evidente es porque pese a vestirse con ropas fantásticas trata temas bastante actuales y universales que lo mantiene con los pies en la tierra. Lo que no le voy a discutir a nadie es que Persona 5 es uno de los títulos más recomendables que han salido este año; todo fan del JRPG deberá pasar por caja tarde o temprano, raro será que le decepcione. Incuso el que no sea amante de este género podría encontrar motivos suficientes para disfrutar de lo que presenta Atlus, como fue mi caso.
Advierto al lector de este análisis que no he terminado el juego aún. Si soy honesto, no puedo vivir del videojuego y este te requiere unas 100 horas entre unas cosas y otras. Yo me quedé en las 30, así que considere esto como una reflexión orientativa de qué tal va y qué sugiere su gameplay sin haber terminado su historia. Puedo poner la mano en el fuego y decir que no creo que en lo que me resta de Persona 5 la dinámica de juego vaya a cambiar tanto como para tirar por tierra lo que pienso ahora. Los defectos que encuentro los veo desde el minuto uno, sus virtudes también: que se desbloqueen más personajes, cosas para hacer, escenarios, palacios, mementos o lo que sea dudo mucho que amplíen enormemente lo que hasta ahora llevo. Por otra parte dado el celo increíble que Atlus está mostrando con los spoilers (y la obsesión del lector medio con ellos) os daría lo mismo que lo haya terminado o no porque tampoco podría decir ni apuntar nada sobre lo que sucede por miedo a una denuncia. Esta advertencia es un caso de responsabilidad hacia el lector, así que advertidos quedáis.
Decía antes que la exaltación de la juventud o la oposición ente lo nuevo y lo viejo están presentes de una forma bastante interesante en Persona 5, no me parece que sean los aspectos más relevantes del juego. En todo caso lo interesante no es que se exalte a la juventud como juventud, sino que sirve para recordarnos lo escasa que es la reflexión que se suele dar sobre cómo, durante la juventud, eres consciente de que el mundo te ha metido en una caja que tú no manejas.
Cabe dar un pequeño rodeo. Persona 5 no trata exactamente de “jóvenes” sino de adolescentes, personas que van al instituto y están entre los 15-17. Desconozco cómo es la estructura del sistema educativo japonés, así que me imagino que deben rondar esa edad por deducción y lo que he vivido: cuando yo era un jovencito la época del instituto (eso que se llamaba B.U.P, esto es Bachillerato Universal Polivalente) iba desde los 14 a los 18. y es en esa franja de edad la que se ha considerado en la cultura europea como adolescencia. A la adolescencia se le ha llenado con ritos de paso sobre «ser aceptado como adulto». Los estadounidenses son expertos en esto de significar a la adolescencia con multitud de ritos estúpidos pero que tienen un valor simbólico considerable. Estos ritos viene tanto desde los adultos (“ser el capitán del equipo de futbol te garantiza poder comprar alcohol sin enseñar el carnet porque te lo ganaste sufriendo”) a otros que los propios adolescentes elaboran para acelerar la entrada en la edad adulta (“al baile de graduación se viene a follar porque follar es de adultos”). Nosotros tenemos bastantes equivalentes pero como llevo sin ser adolescente demasiado tiempo ya no sé qué se hace ahora para demostrar que a uno se le pueda considerar un adulto. ¿cazar pokemones pero con actitud camp? Advierto: tener un trabajo no es un signo de ser adulto, ni siquiera tú comportamiento, esto de ser adulto tiene que ver con cómo los demás te integran en una porción enorme de la sociedad en la que los iguales se llaman a sí mismo adultos. Cuando uno tiene 40 años no necesita que nadie le meta en el grupo, las arrugas ya lo hacen sin necesidad de que te aprueben la aplicación al club de los mayorcetes. Estamos hablando de esos momentos de frontera entre una edad y otra: de ahí lo de los ritos de paso simbólicos. Pasa, según entiendo, entre la edad adulta y ser considerado un anciano.
La adolescencia fue un invento de la modernidad. No existía antes. O se era un niño o se era joven o ya un adulto. No es que se sustituyese joven por adolescente, sino que se formó un concepto sobre una edad en la que uno había dejado de ser niño y, por tanto, le tocaba asumir nuevas responsabilidades pero aún no podía tener los beneficios de ser adulto. Por eso no queda claro cuando acaba la adolescencia. No es tampoco una época que se pueda describir con toda certeza por los cambios biológicos como que te salgan pelos, te crezcan los pechos o estés más salido que el pico de una mesa, porque son variables que no suceden en un momento específico. Algunas incluso siguen pasando durante toda la vida o nunca suceden.
La adolescencia tiene más que ver con alargar el periodo de aprendizaje sobre cómo funciona esto de la vida. Cuando más complejo es el mundo mayor va a ser la etapa que va desde ser un niño a un adulto. Da la sensación de que hace 1000 años uno aprendía lo básico durante la infancia y poco más quedaba por saber, mientras que la Edad Moderna nos trajo que lo básico de la infancia era solo el aperitivo para lo difícil, como entender las sutilezas del Estado de Derecho o, qué se yo, la especialización y la división del trabajo. De hecho, la publicidad, como decía al inicio, ha sabido sacarle partido a la adolescencia para alargarla hasta el infinito. Se trata de promocionar la idea de la impulsividad del joven y la pasión poco reflexiva para convertirlo en el consumidor ideal. Pero ese es otro tema.
Pero para mí la adolescencia es una edad de epifanías que marcan el carácter, posiblemente para siempre. De mayor sigo teniendo epifanías, claro, pero la marca indeleble que me dejaron las de adolescente son esas que van horadando la identidad con surcos que ya no van a llenarse. Eso que llamamos de “hacerse persona”.
Dos epifanías. Una tarde de primavera en la que mientras leía por primera vez 1984 de George Orwell escuchaba el The Bends de Radiohead (también por primera vez). Ahí se yuxtapusieron dos elementos artísticos que marcaron cómo entiendo la vida: la opresiva resilencia del poder en dejar de ser poder, lo moldeable que es el mundo mediante el uso del lenguaje y la nostalgia de haber perdido algo (no tengo claro el qué) que nunca voy a recuperar. Esta momento epifánico deviene del arte y en cierto modo nos ha pasado a todos, y no necesariamente con alta cultura. De hecho, no me extraña que alguien pudiera tener una epifanía mientras escucha a King Africa: es lo que tiene las revelaciones, pueden venir del lugar menos esperado.
Una epifanía bastante memorable la tuve durante un viaje de fin de curso. Calzaba entonces 16 años. No es una revelación absoluta, ya que en realidad es algo que uno ya sabe, por tanto esta revelación viene no tanto como descubrimiento (como sucede con el ejemplo anterior de Orwell y Radiohead) sino de cómo las defensas mentales que uno tiene para negar lo que sabe se vuelven ya insostenibles. Para colmo la experiencia, la recuerdo bastante bien, se dio en una calle mal iluminada mientras nevaba abundantemente. Iba sin chaqueta y todo aquello tuvo un puntito épico visto en retrospectiva. Épica de novela de franquicia, claro está.
El caso es que descubrí, y aquí vuelve Persona 5, cómo los adultos utilizaban sus posiciones de poder para imponerse a los chicos a su cargo situando su comportamiento en un espacio de moralidad bastante cuestionable. De hecho la patada en el estómago que me dio Persona 5 en sus primeras horas fue verme otra vez en la calle nevada pensando sobre lo que estaba pasando con los profesores encargados de nuestra seguridad. No entraré en detalles, porque en realidad nunca tuve pruebas sólidas al respecto, solo esa sensación de rumor casi confirmado como el que puedes escuchar en los pasillos de Persona 5 sobre el profesor de gimnasia al que los Phantom Thieves deciden robar el corazón. Creo que entendéis sobre qué estoy hablando.
La verdadera revelación de la que Persona 5 se hace eco es la de esa edad en la que uno descubre que los adultos son esas personas que pueden ser tremendamente sórdidos y, sobre todo, machacar al que está por debajo de ellos. Abusar del poder que la edad y la posición social les dejó en bandeja. Sí, es cierto que los niños o los adolescentes realizan prácticas de abuso de poder y vejación, como es el problema del bullyng. Pero esto último tiene más que ver con cómo el grupo de los jóvenes se organizan entre ellos mediante el ejercicio de lo peor que se ha aprendido, si no de valerse de una situación objetiva de poder para producir daño de una manera u otra. Es decir, saber que los que se supone deberían velar por nosotros no están ahí para eso, sino que muchas veces hacen lo justo contrario. El que quiera ver en estas palabras una analogía con la relación entre ciudadano y Estado no va mal encaminado.
Recuerdo especialmente a un pobre diablo que conducía el autobús en el viaje de fin de curso (ni siquiera retuve su nombre) que tenía esta actitud de “soy uno de vosotros porque os trato como si fuerais uno de los nuestros” o “estamos todos aquí en el mismo barco”. Como adolescentes uno se siente alagado cuando un adulto le introduce en el mundo de los adultos porque uno cree que ya debería estar ahí. Y es una de las mejores trampas del poder: hacerte creer que eres un primus inter pares cuando aún no levantas un palmo del suelo. Este tipo, que tuvo un comportamiento posiblemente ilegal en este viaje, un día vino a la habitación de uno de los compañeros de instituto donde nos reuníamos para tomar algo y hablar. Allí nos hizo co-participes de una historia completamente amoral como si debiésemos tenerle más respeto del que le teníamos. En mi caso y en el de otros que allí estaban fracasó estrepitosamente. La careta de tío enrollado se calló para dejarnos ver al payaso cabronazo que teníamos delante. Y la careta solo podía venirse abajo tras haber tenido la epifanía de la nieve a la que me referí anteriormente, una en la que dejas de ver las cosas como se presentan para apelar a lo que permanece oculto. En ese viaje se formó, al menos, una de las personas que me habitan.
Persona 5 tiene todo lo que no me gusta de un JRPG: es más largo que un día sin pan; demasiado “telling” y poco “showing”; combate por turnos que llegado a un punto resulta repetitivo; estética de manga por defecto que nunca me ha atraído; atención a pequeños detalles de la vida cotidiana que no vienen a cuento; y otro largo etcétera. Pese a que todo esto se da en Persona 5, no solo me veo obligado a recomendarlo sino que, además, tiene algo de revelador dentro de toda esa parafernalia un tanto ajena a mí como es la mitificada cultura japonesa. (Que esa es otra, los momentos sexistas son un tanto de sonrojo, pero bueno, a los japoneses se les perdona todo, como lo que el director de desarrollo de Persona 5 dijese que era impensable que una mujer protagonizase el juego).
Lo que no me gusta en absoluto es la falta de ambición fiestera de los protagonistas más allá de ir a comer o tomar café. Eso sí que es una juventud muerta que no puede ser revolucionaria. Es asumir la idea implícita de la sociedad japonesa de que mejor vivir sin sueños y aceptar lo que la vida te de con estoicismo que imaginar un mundo mejor. ¿Son unos luchadores contra la injusticia pero son incapaces de irse a beberse unas copas? ¿Qué es eso de comer ramen como si fuese lo más bonito que te puede ocurrir en la vida? ¿Estamos locos?
Hay poco Rock’n’Roll, definitivamente hay poco Rock’n’Roll.
Gran reflexión Alberto. Caerá un tiento tarde o temprano.