Trascienda, por favor Soma: El cuerpo como jaula (Parte 1)

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Divido en dos una crítica sobre Soma y el transhumanismo.

Las religiones suelen tener poco interés por el cuerpo, eso que los griegos llamaban soma y que se diferenciaba sustancialmente de la psyche (alma o mente, según). Tiene sentido: prometer la vida eterna debe asentarse en la idea de que el cuerpo es una carcasa perecedera y es la mente lo que permanece. Mientras el cuerpo se pudre, la mente se dispone a trascender. El cuerpo es la jaula de la mente. De hecho, la idea de que un mismo alma puede ocupar diferentes cuerpos se aceptaba, en cierta medida, cuando Sócrates “corrompía menores” en el ágora o Buda estaba sentado debajo del árbol. Es decir, la idea es muy antigua.

Soma (Frictional Games), otro de los juegos independientes que le dan un toque de atención a las grandes empresas, es heredero de estas cuestiones; interpela al usuario para que se haga preguntas sobre qué es el ser humano y cuáles son las fronteras del yo. Soma es todo un ejercicio de filosofía, pero sin la petulancia del comentarista (mi caso) que pretende otorgar un halo de trascendencia a las cosas más superficiales. Voy a utilizar Soma como excusa para exponer un par de cuestiones sobre la vida y la muerte. Estos temas están en el juego y son su razón de ser, por no mencionar que los aborda con una elegancia tanto o más interesante que algunas películas que han pasado de puntillas por el tema.

No estoy seguro de que sean solo las religiones las que han creado la idea generalizada de que el cuerpo es una jaula para el alma. Es probable que estas comenzasen como la creación de un conjunto de normas alrededor de una liturgia; normas que prescribían cómo alguien puede trascender, y para ello, primero, hay que creer que eso puede suceder. Cuando en algún momento del paleolítico comenzamos a enterrar a nuestros compañeros de viaje con sus pertenencias estábamos señalando nuestro deseo por otra vida. Que nuestra existencia fuese más allá del cuerpo. De ahí a crear una liturgia sobre cómo debemos comportarnos para caminar por el valle de la sombras solo hay un paso.

La idea de que esto pertenece solo al ámbito de la religión sería falso: la Filosofía también se ha servido de esta dicotomía entre cuerpo y alma para sugerir la imagen de trascendencia. Sin entrar en muchos detalles (y sin ir más lejos) el platonismo es una buena muestra de ello. La ciencia también ha utilizado esta posibilidad de que el yo sea otra cosa diferente al cuerpo, y desde que, para algunos, la ciencia ha sustituido a la religión, tampoco es de extrañar que aparezcan technogurús que prescriban un futuro en el que el cuerpo quede atrás mientras la mente permanece eterna. Es el caso de Raymond Kurtzweil y su transhumanismo. Llegaremos más adelante a Kurtzweil y estas promesas.

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Consciencia y el yo

Vivir con la idea de que el yo es una sustancia que se diferencia del cuerpo nos resulta tranquilizador. Permite elaborar un discurso trascendente, superar el tiempo de vida, que se hace largo en ocasiones pero resulta terriblemente fugaz en comparación con los sucesos del universo. Incluso tiene algo de intuitivo, a saber, que cuando el cuerpo se siente mal nuestra mente aún permanece en buenas condiciones. Una de las razones aparentes de nuestro miedo al Alzheimer, entre otras cosas, reside en que atenta contra nuestra memoria, algo que tenemos asociado inherentemente con lo que somos. El Alzheimer es la muerte del alma, en este sentido, pues ataca la misma esencia del yo: la autoconsciencia que se sustenta en la memoria para elaborar relatos de vida.

No quisiera desviar mucho el tema, pero se suele asociar yo y consciencia (no confundir con “conciencia”, sin la “s”, que es cuestión bien diferente). Es cierto que el yo y la consciencia como conceptos han sido tratados como iguales, pero existe una diferencia fundamental, incluso aunque no sepamos aún qué son ambas cosas. Mientras que el yo debería ser esa sustancia única que me diferencia del resto de las cosas vivas del universo, la consciencia es un mecanismo universal que nos conecta con el mundo. Pero la consciencia no es autoconsciencia. Por lo que sabemos (tal vez erróneamente) los únicos seres con autoconsciencia somos los humanos; sin embargo, todo ser vivo debería tener alguna forma de consciencia, es decir, que el organismo es capaz de establecer un contacto con el mundo más allá de los confines de su biología. Aunque no tienen nada que ver, consciencia y cognición (pues mucha de la información que procesamos es incosciente) están más cerca que el yo de la consciencia. De hecho, se puede hacer una historia natural de los seres vivos desde la cognición, pero no desde la consciencia. Además, la cognición, como procesamiento de la información del medio, admite que muchos animales posean metacognición, esto es, tener consciencia de que hay algo que se conoce o desconoce. Por ejemplo, los monos o las palomas demuestran que conocen algo, mientas que una mosca no posee metacognición: un mono que no puede abrir una puerta desiste cuando comprende el mecanismo, mientras que la mosca permanece dándose cabezazos contra la madera.

Por tanto, ser consciente no garantiza ni que se posea un yo, ni autoconsciencia, ni que seamos una criatura pensante, menos aún que todo eso se conjugue en un yo trascendente. Ser consciente, por ejemplo, garantiza que en un momento y tiempo concreto sintamos algo. Incluso la experiencia de un pensamiento es consciencia, y no todos los animales piensan como lo hacemos nosotros cuya herramienta fundamental es la palabra interiorizada. En algún momento puede que yo también caiga en la trampa y confunda consciencia con el ser. Perdonen la molestia –pero sepan que soy consciente de este pensamiento.

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Trashumanismos

Soma plantea muchas preguntas interesantes. Tal vez la más evidente sea ¿cómo afecta a la identidad el hecho de que la mente pueda transportarse entre cuerpos? Si el ser humano es más que un cuerpo, en qué sentido afecta eso a mi identidad? Y, por tanto, ¿qué es ser humano? Soma puede ser visto como un producto sobre una de las tendencias del transhumanismo místico, el camino hacia la Singularidad.

Convendría, si no lo han hecho ya, que echaran un vistazo al magnífico video que Alex Pascual hizo sobre Soma para 3djuegos (o, en otro orden de cosas, la reflexión sobre el asunto de Bukkuqui). Mucho de lo que se dice aquí o queda fuera del artículo está tratado con buen ojo en el video de Pascual. Pese a que esté de acuerdo con casi todo lo que ahí se dice, quisiera hacer una taxonomía diferente que se ajusta a lo que vengo trabajando sobre el asunto desde la Filosofía y las Ciencias Cognitivas. La diferenciación entre post-humanismo y transhumanismo es irrelevante desde el punto de vista filosófico: posthumanismo y transhumanismo son caras de la misma moneda. Ni siquiera hay cuestiones semánticas que lo diferencien: son términos que refieren a lo mismo, solo que fueron utilizados por distintas personas mientras se llenaba de contenido las ideas que se estaban fraguando sobre la relación entre el yo, las máquinas, la trascendencia y las identidades fronterizas.

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Donna Haraway y su “Manifiesto Cyborg” ya relacionaba el trashumanismo con la tecnología, incluso aunque el texto de Haraway no tratase sobre cómo convertirnos en Terminator, sino sobre cómo los seres humanos nos estamos metiendo en una frontera que va más allá de las limitaciones naturales de lo humano, y la tecnología tiene buena culpa de ello. Pero el Cyborg es más una criatura de frontera que no puede ser clasificada que lo que el cine o la literatura entiende como organismo cibernético (para más información, el libro de mi mentor y amigo Fernando Broncano, La melancolía del Cyborg). Lo de Haraway va sobre identidad, no es una invitación al sentimiento religioso.

Desde estas propuestas subrayo dos transhumanismos de entre todos los que se han postulado en las últimas décadas. El tecnológico y el místico. El primero es lo que en el vídeo de Pascual se identifica como trashumanismo, es decir, superar las limitaciones de lo humano mediante la manipulación e integración de elementos del entorno, habitualmente tecnología pero puede también referirse a biotecnología o relaciones simbióticas entre organismos vivos. Supongamos que implantamos un segundo corazón para que en caso de que el primero falle tengamos otro; que el corazón sea una pieza de metal, cuerdas y poleas o un corazón de cerdo modificado genéticamente para ser implantado no supone diferencia alguna.

Desde este punto de vista, el ser humano lleva siendo transhumano desde que la tecnología comenzó a suplir nuestras carencias, y resulta complicado determinar cuándo empezó nuestra transición. Por ejemplo, las gafas, un elemento tecnológico que lleva siglos con nosotros, nos convierten en cyborgs. También se considera que este tipo de trashumanismo tecnológico no está dirigido solo a impedir la degradación del cuerpo, cubrir sus necesidades, o suplir las limitaciones propias del ser humano, sino que también pretende ampliar sus capacidades. Un mal ejemplo de esto serían las gafas de realidad aumentada, pero podríamos adentrarnos en el terreno de la ci-fi y pensar en nanotecnología que potencie los sentidos, o que creen alguno diferente al que ya tengamos, intervenir en el mundo a distancia (una suerte de telequinesia) o procesar información de formas alternativas a las de la cognición humana. Alguna variante de este transhumanismo también hace énfasis en pulir las diferencias “naturales” entre los sexos, pero no voy a entrar en ese terreno y sus características le alejan en cierta medida de las pretensiones del humanismo tecnológico.

El transhumanismo místico es lo que Pascual llama posthumanismo. La idea fuerza detrás de esto es la de superar la barrera de lo corpóreo y pasar a un estado de cosas en el que sea necesario reformular la idea de qué es ser humano de manera radical. Lo de místico viene de que sus propuestas tienen cierta filia y parecido con aquello que las religiones prometen: una vida eterna. El más conocido defensor de esta forma de humanismo es el polifacético tecnófilo y creador Raymond Kurtzwell. Según Kurtzwell estamos en la época pre- Singularidad, donde el hombre pasará de su estado corpóreo a habitar un espacio virtual ubicuo y eterno. La Singularidad será ese momento en el que podramos migrar la información de nuestra consciencia a una computadora, donde nuestra experiencia cotidiana sobre espacio y tiempo serán sustituidas por otra forma de acceder a la realidad, o tal vez ni siquiera accederemos a lo que antes era para nosotros la realidad porque tampoco nos interesará en absoluto.

Puede parecer que las ideas de Kurtzwell son una locura pero se asientan en unos planteamientos lógicos que no son, para nada, absurdos. De entre sus premisas resalto una por su relevancia filosófica (ver el resto en “Hacia la Singularidad” de Albano Cruz en El estado mental, 1 pp. 34-39). Tiene que ver con lo que se denomina paradoja de Teseo: es una posición metafísica fuerte que defiende que todas las cosas del universo mantienen una identidad estable pese al cambio. Esto abarca desde los seres vivos a la materia inerte, pero también los procesos, los fenómenos, etc. El ejemplo más claro es el de la renovación celular. Cada unos cuantos meses todas las células de nuestro cuerpo se han renovado completamente y sin embargo, nos perciben y nos percibimos iguales a antes del cambio. Se asume que ciertos niveles de nuestra realidad corpórea son irrelevantes para ese yo inalterable que se postula como la sustancia que somos. El programa que Kurtzwell pretende discernir es cuáles son esos patrones inalterables que se mantienen pese al cambio para trasmitirlos a una dupla digital en un entorno virtual (que no necesariamente sea como una contrapartida virtual de nuestra realidad). De esta forma lo perecedero morirá pero lo inalterable se mantendrá estable en otro entorno.

En la segunda parte trataremos con los problemas de este trashumanismo místico y daré alguna pincelada sobre lo que proponen sus objetores.

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Acerca de Alberto Murcia

Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III y tecnófilo. Dedico parte de mi tiempo a escribir sobre videojuegos en esta casa tan acogedora. También colaboro en El Estado Mental, Irispress, Zehngames, Deus Ex Machina y Anaitgames

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2 Comentarios

  1. Desde que el otro día vi Ex-Machina no paré de pensar en este juego y su transhumanismo. Increíble la Sci-fi que tiene, Friccional ha conseguido tener la Singularidad y pasar de Amnesia que me pareció bastante mejorable.

    Una delicia leerte, aunque no esté de acuerdo siempre, en todas las ocasiones se aprende algo!

    • Alberto Murcia

      Gracias, majo! No hay que estar de acuerdo con todo lo que digo, pues o bien me da complejo de Dios o bien soy Dios, y ninguna de las dos cosas me satisface, ja,ja.
      Reconozco que Amnesia no lo terminé pero me gustó mucho, y ese fue el motivo de que me fijara en Soma. No jugué a Penumbra, con lo cual no puedo compara.
      Ex-Machina es una película muy potente. Es la primera película, que yo recuerde, en la que se habla del Test De Türing con sentido y que se ajuste a lo que es el Test de Türing. Muy recomendable al que le guste el género de Si-fi (además, Alex Garland es una garantía de buen hacer artesano).
      Gracias a ti por leerlos, que no creo que los lea mucha gente y, bueno, se agradece.

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